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Falacia número uno: El software libre es de peor calidad que el software propietario
En principio, parece lógico que así sea: el software propietario está desarrollado por profesionales altamente cualificados que, se supone, son buenos en su trabajo. Pero tienen un problema: tienen prohibido colaborar entre ellos. Como el software propietario es secreto, si yo trabajo en la empresa A y usted en la empresa B, no podemos compartir nuestros conocimientos aunque estemos trabajando en el mismo tipo de programa. Nuestras empresas nos obligan a firmar un contrato de confidencialidad para impedirnos hacerlo.
Así, tal vez usted haya pasado meses desarrollando una nueva característica de su programa que a mí me vendría como un guante, pero yo no podré usarla. Tendré que dedicar varios meses haciendo lo mismo, repitiendo algo que ya estaba hecho. Por supuesto, a usted también puede ocurrirle lo mismo, y así es muy difícil avanzar. Si el conocimiento científico hubiera prosperado de ese modo, aún creeríamos que la Tierra es plana.
En cambio, si los dos trabajamos con software libre, cada uno tiene total acceso al trabajo del otro, por lo que técnicamente el software libre puede avanzar mucho más deprisa que el software propietario, donde unos y otros se dedican a ponerse zancadillas. Además, en el software libre trabajan cientos de miles de voluntarios, algo que no puede permitirse ninguna empresa privada, por grande que sea.
Falacia número dos: El software libre es difícil de usar
No más que cualquier otro software. Esta falacia proviene de los primeros tiempos de GNU/Linux. Entones, era un sistema ciertamente más complicado de administrar que los sistemas Windows. Pero hoy no sólo es sencillo instalar y administrar GNU/Linux, sino que, ante cualquier problema que nos surja, tenemos a una distancia de un clic de ratón una enorme comunidad de voluntarios dispuestos a ayudarnos.
Falacia número tres: El software propietario es más útil que el software libre
Veamos qué ocurre cuando compramos un software propietario. Nos venden el programa tal cual, sin posibilidad alguna de manipularlo. Si detectamos un error, o echamos en falta una función, o simplemente queremos adaptarlo a nuestras necesidades, nos resulta absolutamente imposible. Como mucho, podemos ponernos en contacto con el fabricante y decirle: “necesito que el programa haga esto y lo otro”, y el fabricante nos dirá: “ah, sí, bueno, dentro de un par de años saldrá la nueva versión y podrá comprarla”. Con un poco de suerte, en la nueva versión habrán incluido nuestras modificaciones. O no.
Si el software fuese libre no pasaría eso, porque nosotros adquirimos no sólo el programa ejecutable, sino también el código fuente y la documentación, es decir, todo lo necesario para modificarlo. Si somos programadores, podemos adaptarlo nosotros mismos. Si no lo somos, podemos contratar a un programador y decirle: “oye, necesito que el programa haga esto y lo otro”. Y cualquier programador competente será capaz de hacerlo.
Falacia número cuatro: El software libre no tiene copyright
Nada más lejos de la realidad. El software libre también tiene copyright: la llamada “licencia GNU-GPL” (GNU General Public License). Dice, a grandes rasgos, que el software publicado bajo esa licencia se puede usar, copiar, distribuir y modificar libremente, con una sola condición: que cualquier versión modificada y/o distribuida tiene que acogerse también a la licencia GPL. Si alguien coge un software libre, lo modifica y trata de publicarlo como software propietario, está infringiendo el copyright original.
Falacia número cinco: El software libre es gratis
Este error común proviene de la expresión inglesa para referirse al software libre, free software. En inglés, free significa “libre”, pero también “gratis”. En español, con la denominación “software libre” no cabe duda de a qué acepción del término nos referimos.
El software libre puede ser gratis o no. Eso depende del distribuidor. Si usted desarrolla un software libre y quiere venderlo (y encuentra un comprador), es muy libre de hacerlo. También puede vender los manuales, el soporte o cualquier otro servicio que se le ocurra. No tiene nada que ver con que el software sea libre o no.
Falacia número seis: Software libre y open source son la misma cosa
El open source (código abierto) es un movimiento paralelo al software libre, pero distinto. Parten de presupuestos distintos pero muchas de sus conclusiones son similares. El movimiento open source es básicamente utilitarista. Sugieren que debemos publicar los programas con su código fuente para lograr que avancen tecnológicamente más deprisa gracias a la colaboración de la comunidad. Esto se ha demostrado que es cierto, y es una de las razones del éxito del software libre.
Pero el software libre es mucho más: es una filosofía de vida. El software debe ser libre porque es un bien común, y como tal debe compartirse entre los que lo necesitan. Las empresas que fabrican software propietario quieren que los usuarios no compartan los programas, la información ni el conocimiento, y esto es malo para la sociedad en su conjunto, aunque sea bueno para las cuentas corrientes de esas empresas.
Falacia número siete: Los usuarios de software libre son “piratas”
“Pirata” es un término peyorativo que las grandes empresas privadas, con la intestimable colaboración de los medios de comunicación afines, han logrado imponer para hacer ver a la sociedad que compartir es algo malo. Si un amigo me pide un libro, seré un buen amigo si se lo presto. Si un amigo me pide un programa de ordenador, seré un pirata si se lo presto. Observen la doble moral.
Los miembros de la comunidad del software libre piensan que el software debería distribuirse libremente entre quien lo necesite, y que eso redundaría en un beneficio social superior al posible beneficio económico que ciertas empresas puedan obtener con el software propietario. Eso no quiere decir que lo hagan, porque, cuando hablamos de software propietario, ayudar a tu amigo es un delito penal que puede acabar con tus huesos en la cárcel. En su lugar, han desarrollado una enorme variedad de programas de todo tipo bajo la licencia GNU-GPL, que asegura que esos programas son y siempre serán software libre.
Falacia número ocho: Los programadores no pueden ganarse la vida trabajando en software libre
Esta es, como mínimo, una afirmación aventurada. Si todo el software existente se liberase de pronto por imperativo legal, parece evidente que muchas empresas que actualmente viven, en esencia, de tener a sus clientes cogidos por el cogote, desaparecerían o sufrirían una importante transformación. Por otra parte, el software experimentaría un enorme avance tecnológico en muy poco tiempo, y aparecerían empresas nuevas. Además, los clientes del software libre necesitarían contratar programadores para adaptar los programas a sus necesidades, como exponíamos en la falacia número tres.
Los programadores que trabajasen en software de gran difusión se podrían ganar la vida fácilmente con las contribuciones voluntarias de los usuarios. Si a mí me resulta útil un software en particular, no me importa pagar voluntariamente con unos pocos euros para asegurarme de su mantenimiento. Esto ocurre en la actualidad con muchos programas libres, y sus creadores viven con el fruto de un trabajo que, encima, les gusta.
Pero es que, además, el 90% del software que se desarrolla en el mundo es hecho a medida, esto es, hecho para una empresa como respuesta a un encargo concreto. Esa empresa pagaría por el software, independientemente de que fuera libre o propietario. Por lo tanto, los programadores seguirían ganándose la vida programando, aunque no es posible predecir si habría más, menos o los mismos programadores que en la actualidad.
Falacia número nueve: Linux es un sistema operativo de software libre
Vayamos por partes. Lo primero que debe quedar claro es que Linux no es un sistema operativo. Linux es el núcleo de un sistema operativo, pero un sistema operativo tiene muchas más cosas (¡pero muchas!).
El proyecto GNU (léase “ñú”) se inició en los años 80 de la mano de Richard Stallman con el objetivo de construir un sistema operativo libre compatible con Unix. Cuando Linus Torvalds liberó su núcleo de Linux, el proyecto GNU estaba muy avanzado, pero andaban atascados con el núcleo de GNU. Así que decidieron usar el núcleo de Linux y acoplarlo al resto del sistema GNU.
Por eso, el nombre correcto del sistema es GNU/Linux. Linux a secas no es un sistema operativo.
Otro asunto es el de las distribuciones. Una distribución es un sistema GNU/Linux al que una empresa ha añadido un número determinado de programas adicionales y un programa de instalación. Esa empresa lo empaqueta todo en un DVD y lo distribuye. Así tenemos diferentes distribuciones de GNU/Linux, todas con el mismo sistema pero con distintos programas de instalación y un conjunto de aplicaciones ligeramente distinto. Las distribuciones tienen nombres exóticos como Debian, Ubuntu, Suse, Red Hat, Fedora, etc.
Pues bien, prácticamente todas las distribuciones GNU/Linux incluyen algunas aplicaciones que no son software libre. A las empresas que elaboran la distribución no parece importarles la filosofía del software libre, así que lo incluyen con desconocimiento, la mayoría de las veces, de los usuarios, que creen estar usando un sistema 100% libre. Esto puede provocar problemas en el futuro. He aquí un peligro potencial y muy grave: imaginemos que un programa o una librería no libre tiene mucho éxito y se populariza. Por la propia inercia de la comunidad de software libre, empezarán a desarrollarse nuevos proyectos basados en ese software. Si un día el propietario decide cambiar la forma de distribución de su software, convirtiéndolo en software propietario que no puede copiarse ni distribuirse libremente, puede apropiarse de todo el trabajo posterior que él ni siquiera ha realizado. Y si el software se ha hecho lo bastante popular como para que muchos usuarios dependan de él, no cabe duda de que pasarán por el aro y se habrán vuelto a convertir en usuarios de software propietario casi sin darse cuenta de ello.
Falacia número diez: El software libre atenta contra la libre competencia
Esta es una de las críticas más habituales de los autodenominados “liberales”. Defienden que la libre competencia en el mercado es el mejor incentivo para que el software avance tecnológicamente. Eso podría ser cierto si las empresas que fabrican software compitieran limpiamente entre ellas para ver quién saca el mejor producto, pero la realidad es que no compiten limpiamente. Y eso no beneficia el avance tecnológico, sino que más bien lo frena.
Si esas mismas empresas fabricasen software libre en un entorno de sana competencia (por ver quién desarrolla el mejor software), todos podrían ver los productos que los demás ponen en el mercado, y por lo tanto buscar formas de superarlos. El software mejoraría así muy rápidamente. Esto ocurre en cualquier otra área de la industria. Por ejemplo, si un fabricante de automóviles saca al mercado un motor revolucionario, sus competidores pueden estudiarlo y tratar de crear un motor todavía mejor. Pero cuando un fabricante de software saca un programa al mercado, sólo se hace público el ejecutable, es decir, una caja negra en cuyo interior hay una ininteligible serie de ceros y unos. Es como si el motor del coche se convirtiese en un montón de ceniza cuando intentáramos abrirlo para ver cómo está hecho. Esto no sirve a la competencia para tratar de mejorar el producto y, por lo tanto, en realidad está atentando contra la libre competencia.
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